lunes, 8 de febrero de 2010

-| Relatos del presente |- "El portazo más doloroso"

Habían pasado las vacaciones y, como cada año, comenzó a tocar en la puerta de cada persona que podía ofrecerle algo para aprender. Todo esto le parecía inútil, pues podía valerse únicamente de un libro para aprender todo eso que la gente intentaba explicarse con sus palabras, todo eso que nunca quiso aprender de la forma que se lo explicaban, sino de la forma que le resultara más fácil entenderlo.

No diré que su aprendizaje fue normal porque no lo fue. Desde pequeño no acepto lo que él creyó que eran injusticias, lo que le causo muchos, quizás demasiados problemas. Pero es fue lo que le llevó a ser lo que es ahora, aunque sí es verdad que en muchas ocasiones tuvo que tocar a la puerta de esas personas tan desagradables con regalos y elogios, con el fin de que esa persona, de la que dudaba podría aprender algo, le intentara enseñar.

Todo fue normal, hasta ahora. Ahora el barrio ha cambiado completamente y las puertas a las que llama están blindadas. Esto antes no suponía un problema (se había encontrado con puertas muy muy duras y resistentes que consiguió abrir) y ahora tampoco lo era, o eso pensaba.
Todo ocurrió en la puerta más importante del barrio, la puerta en la que vivía el que podía perfectamente arruinar su futuro. Llevaba todo el día escuchando relatos que eran muchísimo más interesantes de los que le contaba el propietario de esa puerta y, aunque no fue a propósito, voló de allí y se quedo con la mirada perdida, mirando embobado el líquido que emanaba de un resquicio del encuadre de la puerta. ¡Pum! La puerta se cerró tan violentamente que bien pudo haberle enterrado la nariz en la cara.

Volvió los días posteriores, mucho más atento (aunque le costaba horrores), pero siempre, siempre, cuando parecía que había conseguido escandilar al propietario de la puerta con sus preguntas, justo cuando este sonreía, se confiaba, volvía a mirar a ese extraño líquido que emanaba de un resquicio del marco y, ¡PLAF! Otro portazo...

Entonces, de camino a casa, pensaba en el sueño que lo envolvía cada noche y que hacía que se despertara jadeando y sudoroso. Un sueño en el que también había puertas, aunque sólo una. Soñaba que tenía, necesitaba traspasar esa puerta, aunque no tenía ni idea de lo que podía encontrarse detrás. El problema aparecía cuando tenía que introducir una contraseña. Sabía perfectamente que la contraseña era un sólo número, era el número 9, pero justo cuando iba a pulsarlo, su mano se movía hasta el 5 y lo pulsaba, recordando entonces ese extraño líquido que emanaba de un resquicio del marco de la puerta de aquel señor que tan importante era en el nuevo barrio.

Sentía que no podía, y nadie le decía lo contrario...

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