martes, 23 de febrero de 2010

-| Relatos del presente |- "Mujer fatal"

Había sido un iluso al pensar que podía dejar todo atrás de buenas a primeras. Había llegado a pensar que todo había acabado, y no se dio cuenta de lo equivocado que estaba hasta hoy mismo. Por primera vez se dio cuenta de que hacía falta algo más que un plantón y un par de discusiones para deshacerse de ella.

Aún recordaba el día en el que no había llegado a tiempo, pero más fresco en su memoria estaba el momento en el que, de un portazo, había cerrado la puerta, para más tarde pegar la oreja a ésta y escuchar las palabras que le hicieron darse cuenta de que ya era suficiente. "Sí, has dado un portazo, pero estoy segura de que ahora mismo estás con la oreja pegada a la puerta para seguir escuchándome".

No podía seguir mostrando debilidad, aunque la tuviera. Tenía que ser fuerte, o al menos tenía que intentar aparentarlo. Muchas veces se rebajó, se arrastró, para conseguir algo que nunca tuvo y, que cuando casi lo tuvo, no lo aprovechó. Ya había sido suficiente. Se acabaron las oportunidades, y esto se lo decía a él mismo. El hecho de que hasta ese día no lo hubiera conseguido significaba algo. No iba a seguir intentando algo que le había resultado inalcanzable durante todo ese tiempo

Hoy había tenido su primera prueba, y, sin ser un éxito, creía que la había superado. ¡Como se engañaba a sí mismo! De nuevo había intentado ser fuerte, y de nuevo casi lo consigue. Otra vez había llegado a debilitarse, con la diferencia de que esta vez dispuso de un tiempo para recuperarse y volver con la apariencia de "no me importas"

¿Pero le importaba? Sí y no. Por una parte, ni ella se merecía que le importase y ni él se merecía seguir jodido por el hecho de que le importara. Sin embargo, por otra parte, no podía quedarse indiferente de buenas a primeras. No podía convencerse a sí mismo de que ya no existía.

Afortunadamente, ese día contó con un amigo. No sabía que hubiera pasado si él no hubiera estado allí y, la verdad, no le hubiera importado que no estuviera allí para impedir lo que hubiera podido pasar. Puedes llamar curiosidad a esto, aunque no es más que otro signo de debilidad...

lunes, 8 de febrero de 2010

-| Relatos del presente |- "El portazo más doloroso"

Habían pasado las vacaciones y, como cada año, comenzó a tocar en la puerta de cada persona que podía ofrecerle algo para aprender. Todo esto le parecía inútil, pues podía valerse únicamente de un libro para aprender todo eso que la gente intentaba explicarse con sus palabras, todo eso que nunca quiso aprender de la forma que se lo explicaban, sino de la forma que le resultara más fácil entenderlo.

No diré que su aprendizaje fue normal porque no lo fue. Desde pequeño no acepto lo que él creyó que eran injusticias, lo que le causo muchos, quizás demasiados problemas. Pero es fue lo que le llevó a ser lo que es ahora, aunque sí es verdad que en muchas ocasiones tuvo que tocar a la puerta de esas personas tan desagradables con regalos y elogios, con el fin de que esa persona, de la que dudaba podría aprender algo, le intentara enseñar.

Todo fue normal, hasta ahora. Ahora el barrio ha cambiado completamente y las puertas a las que llama están blindadas. Esto antes no suponía un problema (se había encontrado con puertas muy muy duras y resistentes que consiguió abrir) y ahora tampoco lo era, o eso pensaba.
Todo ocurrió en la puerta más importante del barrio, la puerta en la que vivía el que podía perfectamente arruinar su futuro. Llevaba todo el día escuchando relatos que eran muchísimo más interesantes de los que le contaba el propietario de esa puerta y, aunque no fue a propósito, voló de allí y se quedo con la mirada perdida, mirando embobado el líquido que emanaba de un resquicio del encuadre de la puerta. ¡Pum! La puerta se cerró tan violentamente que bien pudo haberle enterrado la nariz en la cara.

Volvió los días posteriores, mucho más atento (aunque le costaba horrores), pero siempre, siempre, cuando parecía que había conseguido escandilar al propietario de la puerta con sus preguntas, justo cuando este sonreía, se confiaba, volvía a mirar a ese extraño líquido que emanaba de un resquicio del marco y, ¡PLAF! Otro portazo...

Entonces, de camino a casa, pensaba en el sueño que lo envolvía cada noche y que hacía que se despertara jadeando y sudoroso. Un sueño en el que también había puertas, aunque sólo una. Soñaba que tenía, necesitaba traspasar esa puerta, aunque no tenía ni idea de lo que podía encontrarse detrás. El problema aparecía cuando tenía que introducir una contraseña. Sabía perfectamente que la contraseña era un sólo número, era el número 9, pero justo cuando iba a pulsarlo, su mano se movía hasta el 5 y lo pulsaba, recordando entonces ese extraño líquido que emanaba de un resquicio del marco de la puerta de aquel señor que tan importante era en el nuevo barrio.

Sentía que no podía, y nadie le decía lo contrario...